Carrasco ha sido uno de los barrios de Montevideo que se caracterizó históricamente por el alto poder adquisitivo de sus habitantes, sus inmensas casas, y por sobre todo, por la seguridad que predominaba en las mismas. Alarmas, rejas, alambres de púa y cámaras de vigilancia las 24 horas del día. Hoy, nada de eso es obstáculo para los delincuentes uruguayos.
El silencio predominante del barrio montevideano parece acentuarse cada vez más, pero no precisamente porque sea un lugar tranquilo, sino porque sus habitantes prefieren mudarse a otros lugares más alejados, cansados de que los roben una y otra vez. Prueba de ello, es el negocio inmobiliario que observa una caída de ventas en las casas de la zona.
Durante una recorrida que llevó a cabo El País por Carrasco, absolutamente todos los vecinos que fueron entrevistados aseguraron que en algún momento fueron robados en sus domicilios.
Según concluyeron varios de ellos, los ladrones que entran a sus casas “se han profesionalizado”. Las modalidades son de las más variadas, inverosímiles, y hasta burlescas.
Experiencias.
“Parece mentira, pero le acaban de entrar a robar a mi padre !Ya no se puede más, alguien tiene que hacer algo!”, expresó notoriamente indignado uno de los entrevistados para este artículo.
Apenas unas horas después de haber estado contando cómo en reiteradas ocasiones le habían robado, el entrevistado tuvo que vivir, una vez más, un trago amargo por la inseguridad en su barrio.
En esta ocasión, “parecía de película”, según dijo. “Eran tres, se cruzaron con mi padre en la puerta de la casa cuando iba saliendo con el auto, en las filmaciones se ve como uno de ellos se queda en su auto color negro, cuatro puertas, parecido a un Wolkswagen Gol, los otros dos como si nada saltan las rejas y entran”, relató el hombre.
En el registro de las cámaras de seguridad, se puede observar cómo los delincuentes después de haber saltado las rejas, se arrastran por el patio de la casa, como si fueran soldados en la guerra, evitando de ese modo que las alarmas de la casa se activen. Luego saltan otro enrejado y finalmente, tras romper la puerta trasera de la propiedad, desactivan las alarmas.
Se mueven como peces en el agua, corren muebles, escritorios y bibliotecas, tocan las paredes. Buscan la caja fuerte, pero en este caso no tuvieron suerte porque simplemente no existía una.
De igual modo, “te desvalijan la casa, tiran ropa por todos lados, se llevan joyas y lo que esté a su alcance, generalmente cosas chicas que puedan trasladar hasta el auto que los está esperando”, advirtió el entrevistado un día antes de que le robaran a su padre.
Algo parecido le pasó a una vecina que vive por la calle Carlos Bluter: “Me robaron 21 bicicletas en 4 años, andá haciendo cuentas… Había veces que me compraba una, no pasaba una semana y ya no la tenía más”.
La mujer, de procedencia española informó que antes vivía en Punta del Este y que allí algo parecido estaba comenzando a suceder “hace unos años”.
“Todo lo que esté en el patio ya sabes que te lo van a robar, no importa si tenés rejas, muro o seguridad privada, eso te lleva a pensar que algo no está bien, la Policía jamás atrapó a un solo ladrón por los robos que denuncié, me cansé de ir a la comisaría ¿Sabes qué hago ahora? Dejo que me roben. Es lamentable, pero es así”, contó resignada la mujer.
A su hijo le robaron un camión que había sido comprado “cero kilómetro hace dos meses”. “Era su herramienta laboral y también marchó de la puerta de la casa; él vive por la calle Cooper”, detalló la vecina mientras se disponía a hacer las compras para la cena.
Insólito.
Parte de la “profesionalización” de los delincuentes, tal como la califican los vecinos, es buscar maneras ingeniosas de sortear las medidas de seguridad de las viviendas.
“Algo que vi una vez y de lo que no estaba al tanto es lo de los chicles en la cerradura de la puerta”, comenzó explicando Marcos a El País.
“Una vez llegué con mis padres y encontramos un chicle pegado en la puerta. Es una señal que ellos tienen para saber si hay gente o no, porque vos tenés que sacar el chicle de la cerradura si querés entrar a tu casa. Entonces los ladrones, cuando pasan y ven que no hay nada en la cerradura, se dan cuenta que hay gente. Las tienen todas”, dijo el muchacho entre risas.
Isabel, que vive en la calle Havre, aseguró que hace menos de un mes encontró en la entrada de su casa una caña cruzada en la puerta. “La saqué, así que por suerte no me vinieron a robar, sabían que había gente en casa”, señaló.
ARDIDES DELICTIVOS.
Un mapa con las casas “marcadas”.
Pilar lo cuenta como un antes y un después en Carrasco. Haber descubierto que los ladrones de casas usan mapas y que en los mismos hay datos de sus vidas cotidianas “fue increíble”.
La joven, que vive por la calle Mario Botto, contó que “todos se sorprendieron porque indudablemente somos vigilados, saben nuestros horarios de entrada y salida, saben qué hacemos a cada hora”, comentó a El País.
Cuando su vecina fue robada tiempo atrás, encontró que los ladrones habían dejado olvidado en el domicilio un mapa que tenía marcas por todos lados. “Habían cruces en algunas casas, después nos dimos cuenta que esas eran las que tenían gente siempre y que estaban descartadas para robar, en otras casas estaban marcados los horarios en los que no había nadie,” dijo la muchacha.
Pilar informó que los delincuentes “hacen guardia” arriba de los árboles que están frente a su casa: “Desde ahí miran todo; nos dimos cuenta que se trepaban a los árboles porque generalmente dejaban las bicicletas en el piso, ahora buscarán otros modos ingeniosos”.
“Hay poco patrullaje en la zona”.
Los vecinos de Carrasco denuncian que “hay poca presencia policial en el barrio” y que “de vez en cuando ves a algún patrullero por la calle Cooper a eso de las 20:00 horas”. Mathías, que justamente vive por la calle Cooper, indicó que “no tiene nada que ver el tema de los policías, porque en mi casa hay guardia privada y nos robaron igual”. En su caso, “entraron cuando estaba durmiendo, con el peligro de la situación porque tengo gurises chicos, ¿Te imaginás que me despierte y los encuentre?, puede pasar cualquier cosa”, enfatizó el hombre.
Gabriela, que vive a dos cuadras de la Avenida Rivera y Arocena, dice que “la poca presencia policial es notoria, yo entiendo que hay barrios más complicados y lugares más complejos que éstos, pero se supone que nosotros también tenemos derecho a vivir tranquilos, a salir de la casa y no estar con el corazón en la boca”.
Claudio, quiso aprovechar la instancia para dirigirse al ministro del Interior, Eduardo Bonomi: “Nosotros también somos uruguayos y queremos vivir en paz, estoy al día con mis impuestos, cuídenos”.