Cuando el casero argentino llegó el sábado a la chacra de Manantiales, se encontró que estaba todo revuelto. Había cajones vacíos y ropa tirada en el suelo. En uno de los armarios guardaba un revólver y descubrió que había desaparecido. Era el arma del crimen, como temía. Se la había robado Fernando Sierra.
Entre la noche del miércoles 19 de abril y el transcurso del jueves, el entrenador de fútbol infantil planificó el secuestro de Felipe Romero montando una cadena de mentiras con las que engañó a cinco personas que lo conocían. El dramático itinerario terminó con el asesina-to del pequeño en un campo agreste de Villa Serrana. En el mismo acto, se suicidó.
Después de que la Policía hallara los cuerpos, varias personas que habían hablado con el técnico en la mañana del jueves 20 de abril recordaron una serie de detalles que, a la luz de los acontecimientos posteriores, permiten mostrar un rasgo tortuoso de la personalidad del técnico: todos ellos fueron engañados ese día, en menos de seis horas.
Sierra, dueño de un pequeño Byd de color gris, harto conocido en la zona de La Barra donde residía, decidió alquilar un auto de alta gama para evitar que las cámaras de vigilancia o la Policía de Tránsito pudieran identificar el vehículo en el que pensaba huir de Maldonado llevándose al niño.
A las 10:00 de la mañana del jueves, estaba frente a la puerta de La Barra Rent a Car. Era un cliente conocido.
“Me envió un mensaje al celular, a las 10:14. Todavía no habíamos abierto y él ya estaba en la puerta esperando”, relató a El País la encargada.
“Cuando llegué, me contó que le habían chocado el auto y que lo iba a enviar al taller. Necesitaba otro y dijo que quería llevárselo por 20 días… —¡Ay, esto es horrible…, todavía estoy impresionada!” —agregó la empleada que pidió, como el resto de los testigos entrevistados, no divulgar su nombre.
“Yo vi que el Byd estaba estacionado en la entrada. Tenía apenas unos toques en los laterales. Le dije: ¿Por qué vas a alquilar un coche por 20 días? Esto te lo arreglan en una semana, pero él insistió. Hicimos un contrato sin fecha, él podía devolver el auto antes. No, no pagó ni dejó un depósito. Dijo que después iba a pasar la persona que le había hecho el abollón y que traería la plata”.
“Él había alquilado alguna otra vez, cuando se iba de licencia; siempre eran autos chicos y solo por una semana como mucho. Cuando los devolvía, pagaba la factura. Esta vez quería llevarse el auto más grande que tenemos, un Chevrolet Prisma. Entonces yo no caí en la cuenta. No vi nada raro en él, aunque te digo que él no era una persona muy completa, no sé cómo expresarlo… ¿Me entendés? Bueno, él era así, muy amable, pero no estaba muy completo”.
“Hizo la reserva y dijo que esa misma tarde venía a recoger el Prisma porque tenía que volver al trabajo”.
Jugando con el perro.
Fernando Sierra hacía tareas de jardinería y mantenimiento en una chacra de Manantiales, sobre la Ruta 104, que pertenece a una familia argentina. En los días previos al crimen también dormía allí y pasaba varias horas, porque el casero estaba de viaje.
Poco después del mediodía del jueves, se retiró de la chacra más temprano que lo habitual, con algún pretexto, y volvió a su casa del barrio El Tesoro, en La Barra. Se trata de un amplio predio con viviendas independientes en las que también residen sus padres y varios hermanos, algunos casados y con hijos.
“Apareció cerca de las 13:30. Entró, nos saludó a los que estábamos ahí, lo más bien”, contó un familiar a El País.
“No lo vimos raro ni nervioso. Tampoco nos sorprendió que hubiera llegado a casa temprano, porque él muchas veces salía del trabajo a hacer algún mandado y no era raro que pasara por acá”, prosiguió.
“Se quedó charlando unos 15 minutos con nosotros, de cosas cotidianas. Jugó un rato con el perro y como estaba lloviendo, se fue a echar una siesta, según creímos”.
¿Qué pensamientos pasaban por la cabeza de Fernando Sierra en esos momentos?
Es probable que aún lo atormentara la conversación que la noche antes había tenido con Alexandra Pérez, la madre de Felipe, en la cancha del Club Defensor de Maldonado.
Allí, Alexandra lo encaró y le dijo que no podía seguir viendo al niño a solas. La relación no podía continuar.
Ese miércoles de noche, el técnico se quedó a dormir en la chacra de Manantiales.
Recordó que el casero argentino, en una ocasión, le había mostrado el arma de fuego que guardaba en la casa. Revisó armarios y cajones, sacó la ropa y finalmente encontró el revólver. Esa noche repasó cada detalle del plan que tomaba forma en su mente. Nada podía quedar librado al azar.
Al día siguiente se levantó decidido al desastre.
Una larga siesta.
El jueves, después de la sobremesa, el familiar de Fernando observó que el Byd seguía estacionado en la entrada y creyó que el técnico dormía la siesta.
“Nosotros nunca lo vimos marcharse”, dijo. Pero Sierra se había ido a pie, con un abrigo azul donde ocultaba el revólver.
Caminó hasta el local de alquiler de autos para recoger el Prisma a las tres menos diez de la tarde.
Sorpresa.
Desde la rentadora se dirigió a cargar nafta a la estación de Ancap a la entrada de La Barra, donde llegó seis minutos después. Y allí contó otra mentira.
Lo atendió un pistero al que conocía bien: su propio cuñado. Le sorprendió que llegara conduciendo un Prisma.
“¿Qué andás haciendo en un auto alquilado?”, le preguntó.
“No es mío, lo alquiló la empresa”, le dijo Fernando.
“¿La empresa? ¿Para qué necesita alquilar si tiene autos para tirar paarriba?”, replicó el cuñado.
“Los tiene en taller, los están arreglando”, explicó el técnico.
“No llenó el tanque. Cargó mil pesos”, recordaron en la estación. No pudieron comprobarlo en las filmaciones porque “la policía vino por aquí hace unos días y se llevó los videos”.
Después de cargar nafta en la estación de Ancap, Fernando Sierra cruzó el puente sobre el arroyo de La Barra y enfiló hacia Maldonado para recoger a Felipe en la Escuela N° 2. El niño salía a las 5 de la tarde, pero el técnico se lo llevó a las 3 y media. La excusa habitual para retirar a un niño antes de hora es que tiene cita con el médico. Pero el director del establecimiento no quiso revelar qué explicación dio el técnico. “Ya lo declaré en la Justicia”.
Cualquiera fuera el pretexto, otro eslabón se sumó a la cadena de falsedades que Sierra dejó a su paso en pocas horas, engañando a un pueblo donde “todo el mundo se conoce”, sin que a nadie le despertara la mínima sospecha su comportamiento alejado de la rutina.
Alerta en Whatsapp.
La madre de Felipe, que estaba trabajando esa tarde en la seccional primera de Maldonado, se enteró pasadas las cuatro de la tarde que el técnico se había llevado a su hijo de la escuela y lanzó la voz de alerta a través del grupo de Whatsapp que comparte con otras madres.
“¡Por favor necesito el numero de las maestras. Levantaron a mi hijo sin mi permiso. Es urgente. Por favor que me pasen el numero de las maestras!”, pidió la mujer.
“Lo sacó este loco que lo conoce del baby fútbol. Este tipo siempre dice que es su hijo. Pero no lo es. Es un alumno del cuadro de baby fútbol. Lo retiró sin mi autorización. No puede acercarse a mi hijo. Yo se lo había notificado ayer”, agregó.
El familiar de Sierra, en El Tesoro, recordó que “recién a las 5 de la tarde, cuando apareció la madre de Felipe enloquecida y se metió directamente a la casa de Fernando, nos dimos cuenta que no estaba ahí y que se había ido, aunque el auto seguía ahí”, aseguró.
El familiar acompañó a Alexandra hasta la chacra en Manantiales. Ella se bajó sola del auto. Le dijeron que Fernando se había ido temprano y no había vuelto. Había dado alguna excusa. Otra mentira que completó el rosario de falsedades.
El auto fantasma.
Tras la denuncia del secuestro del niño, la policía de Maldonado buscó en las cámaras el rastro del Byd gris del entrenador, pero no había ningún registro.
Mientras tanto, Sierra con el niño había hecho el trayecto desde la escuela hasta Camino Lussich, y de allí hasta Cerro Pelado. Al llegar a una rotonda dobló hacia el Este por avenida Luis Alberto de Herrera. Luego tomó la avenida Ferreira Aldunate. En la intersección con la Ruta 39, que conecta a Maldonado con San Carlos, dobló hacia el norte.
La policía, que no había logrado localizar el “auto fantasma”, volvió a revisar las cámaras de vigilancia cercanas a la escuela y comprobó que el técnico había utilizado un coche de alquiler, el Chevrolet Prisma de color verde oscuro. Pero entonces, ya era tarde.
El automóvil fue hallado el viernes de mañana, estacionado en una carretera cerca de Villa Serrana. Al día siguiente fueron encontrados los cuerpos sin vida de Felipe Romero y su asesino. Estaban a menos de 500 metros del vehículo y llevaban muertos 24 horas. Producción: Marcelo Gallardo
Identificaron el arma del crimen y al propietario.
Un revólver de fabricación brasileña marca Rossi calibre 22 fue identificado por su propietario, un ciudadano argentino, como el arma que utilizó Fernando Sierra para dar muerte a Felipe Romero y disparar luego contra sí mismo. El argentino, casero de una chacra en Manantiales, advertido por la noticia del crimen que trascendió fronteras, regresó a Uruguay el mismo día 22 de abril. Temía que Sierra hubiera empleado su arma de fuego. Fue a la comisaría a denunciar el robo y cuando le mostraron el revólver comprobó que era el suyo.