Noticias del mar revuelto – El Nacional.com

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El viento anda de visita en la isla de Margarita.
Es su costumbre en marzo.
Un niño intenta armar un papagayos con una bolsa de plástico rota, un hilo rojo y varillas de bambú. Es lunes. No está en el colegio. Su padre prepara un jugo de papelón con limón para los pocos clientes que ese día buscan una dosis de gastronomía criolla en “El Rincón de las Empanadas” en Pampatar. El niño está concentrado en la faena. Muerde su lengua mientras su chola izquierda, rasgada y vieja, se balancea al son de su pie. Su padre lo azuza a moverse de sitio. El niño sale disparado con su precario papagayo y trata de convencer al viento. Al fondo, la madre ofrece empanadas reposadas o hirvientes, con carne mechada o molida, la Ricky Martin o la de cazón. Es lunes y hay un niño fuera de la escuela y uno se llena de preguntas que nadie responde.
 
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Cualquier pretexto sirve para viajar a Margarita. Allí, los males que nos aquejan parecen menores. Quizás es efecto de los aires yodados del Caribe. Con los pies en la arena, las noticias sobre un rocambolesco golpe de estado se las lleva la resaca. La crisis-país no combina con palmeras. El hastío de las cadenas presidenciales parece no alcanzarte. Es una sensación fugaz. Un espejismo. Solo eso.
 
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A la isla llegan las tribulaciones de tierra firme. Pero Margarita sabe generar sus propios titulares. Los pescadores de Juan Griego hablan de la inseguridad del mar. No se refieren a corrientes traicioneras. Cuentan de gente que los asalta en alta mar y les roba los motores de sus lanchas. Esas que usan para pescar. Para ganarse la vida. Los llaman piratas. Malandros de agua salada.
Si hablas con un vendedor de ostras te contará de la devastación ocurrida en Playa El Agua: “Eso ahora es un peladero de chivo”. En los primeros días de febrero, efectivamente, el gobierno llegó con maquinaria de demolición, unos cuantos guardias nacionales y no dejó un solo establecimiento en pie. “A ese gente no le dejaron ni recoger sus peroles”, te cuentan. Ese restaurant donde usted  alguna vez pasó el día y fue atendido a la orilla de la playa, bajo un toldo y sobre unas tumbonas, ya no existe. Muchos de esos locales tenían más de 15 años de existencia. Pero llegaron las palas mecánicas, las armas largas y el grito tronante de un militar. Mucha gente se agolpó para defender las instalaciones. En una de ellas, el militar a mando se llevó al dueño del local a un rincón: “Si hay un herido, te imputamos como a Leopoldo López y vas preso”. Así de directo. El hombre no tuvo más remedio que decirle a su gente que nada malo iba a pasar. Se fueron. Y comenzaron a caer los pedazos de pared, las vigas, el techo, los desvelos, los sacrificios, los ahorros de una vida. 
Todo en aras de un supuesto plan turístico de alto calibre. Quienes han visto la maqueta quedan boquiabiertos. Quienes conocen la realidad confiesan que ya no hay dinero y que todo corre el riesgo de quedarse en escombros. Algunos hablan de desastre social y ecocidio. Otros dicen que lo que allí ocurrirá será la envidia de las islas vecinas. Cuentan de un proyecto que convertirá a Playa El Agua en otra Miami Beach. Y uno no puede menos que recordar a la revolución –luego del deslave de 1998- prometiendo convertir al litoral central en un Cancún caribeño.
“Estamos de acuerdo con el plan de reordenamiento de este sector, pero el gobierno nos excluyó dejándonos en la indigencia y el abandono”, comenta uno de los afectados.
La realidad y la ensoñación se sumergen en el mar revuelto de la incertidumbre. Lo único cierto es que hoy más de 2.500 personas se quedaron en la calle y que ya nada es como antes.
         En facebook hay un video que muestra cómo una grúa con su pala dentada y furiosa derrumba una palmera. ¿También las palmeras? ¿En serio?
 
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Pero también hay buenas noticias en el mar oriental del país.   
En Porlamar acaba de nacer la primera Feria Internacional del Libro del Caribe (FILCAR). Como toda primera vez, al principio hubo susto y vacilación por parte de editores, patrocinantes y de los propios escritores. Trasladar a Margarita grandes lotes de libros y personas pasa por la zozobra de los pasajes, los fletes y la inflación. Aquí toda escasez se convierte en abundancia de problemas. Pero, a contravía de los pronósticos, la feria nació con excelente salud. Durante seis días, en una isla marcada por las tribulaciones económicas, algo tan pequeño y poderoso como el libro se convirtió en una buena noticia.
        
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Desde el día de la inauguración, el número de visitantes fue la primera sorpresa. El pregonero elegido fue Francisco Suniaga, un escritor que ha sabido ejercer con lustre su origen insular. Suniaga dejó claro que hoy la isla es menos isla que hace 40 años, y enfatizó que, a pesar de tanta calamidad nacional, el nacimiento de la feria era “la representación fáctica de la isla del futuro”. Ese país que siempre podemos ser. Antonio López Ortega, epicentro de esta iniciativa junto con Pedro Augusto Beauperthuy, rector de la Universidad de Margarita (UNIMAR), supo contextualizar el milagro: “Más allá de la fiesta o la celebración, no podríamos ocultar que el libro, y en general toda la industria gráfica en Venezuela, vive momentos apremiantes. Los signos de depresión se han agravado, sin que haya mediado ninguna respuesta. Es suficientemente notoria la escasez de papel periódico, la imposibilidad de importar libros, la ausencia de preferencias, bonificaciones o tratamientos especiales. No hay papel para imprimir, ni tintas, ni repuestos para las imprentas, ni planchas. Y, sin embargo, al menos tres ferias hechas con mucho esfuerzo –la FILU de Mérida, la FILUC de Valencia y el Festival de la Lectura de Plaza Altamira en Caracas– cumplieron sus propósitos en 2014 y se mantienen vivas pese a dificultades de todo orden. Se me dirá que no deja de ser una extrañeza organizar ferias en estos tiempos tan adversos, pero eso habla también de la necesidad de mantener el espacio edificante de la lectura contra todos los maleficios y condenas que lo rodean”.
Es así. El libro y su poder, a pesar de la mediocridad que nos circunda. El libro como isla. Y nosotros, sus provechosos náufragos.
 
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Desde la terraza del hotel contemplo una vista de 360 grados de Porlamar. Un amigo me señala distintas edificaciones paralizadas. Un horizonte de elefantes blancos. Y siempre el mismo latiguillo que restalla en la mente: “Margarita podría ser tanto”.
 
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Me topo en la feria con Eduardo Liendo, quien acaba de publicar su novela Contigo en la distancia, un viaje a la nostalgia en autobús.
–¿Cómo estás, Eduardo?
–Apartando lo malo, bien.
Una respuesta digna de estos tiempos. Metros más allá está otra gran novelista, Ana Teresa Torres. Diómedes Cordero aparece con la cabeza llena de relámpagos blancos. Una de nuestras mejores poetas, Yolanda Pantin, revisa algunos stands. El programa de la Feria es versátil, ambicioso. Sergio Dahbar dicta un taller de periodismo. Sumito Estévez presenta un nuevo libro de cocina. Roland Carreño su libro de modales. Lugar Común vende unas estupendas rarezas. Menena Cottin se rodea de niños. El Nacional bautiza sus libros. Milagros Socorro deja establecido su poder histriónico en una charla. Más allá, vemos llegar a Rafael Cadenas. Faltaron editoriales, autores,  novedades, sí, pero todo lo que ocurrió fue importante, necesario.
 
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No dejó de suceder lo típico: el académico insigne que se queda dormido en las charlas; el que confunde el nombre de los escritores; el que levanta la mano y hace una pregunta de diez minutos; la muchacha que te entrega su manuscrito llena de pudor; el que solo está interesado en saber a qué hora es el brindis.
Pero sobre todo hay abundancia de esa raza, tan esquiva a veces, tan urgente siempre: lectores.
 
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Algo peculiar ocurrió en muchos de los foros: la política  asomó su rostro. Si se trataba de un tributo a Zapata, era ineludible hablar sobre el agravio que Chávez le infligió. Si la tertulia iba sobre libros y música, alguien invocaba un saludo a los presos políticos. Si se hablaba con Luis Chataing del libro escrito por Laura Helena Castillo sobre su documental “Fuera del Aire”, era inevitable debatir sobre censura y libertad de expresión. En los pasillos, unos estudiantes relataban la Operación Morrocoy implementada por el CNE en La Asunción el último día de inscripción de los nuevos votantes. Más allá, otros jóvenes buscaban firmas para respaldar el polémico documento de la transición. En mitad de un saludo, nos llegaba la noticia de las hilarantes medidas de Nicolás Maduro contra USA o el cierre de los teatros donde se presentarían Laureano Márquez y Emilio Lovera (el clásico miedo de los regímenes al humor).  Hoy cualquier evento literario, gastronómico, o meramente social, cualquier conversación sobre semáforos, quesillos o bromelias, tiene un desenlace agotador por recurrente: la política nacional. Estamos seriamente intoxicados.
Por eso la urgencia de fabricar buenas noticias  apelando al país sano, activo y creador que subsiste bajo el pantano de las corruptelas, la ineptitud y el autoritarismo. La Feria del Libro ocurrida en Margarita es una buena, gran, luminosa noticia.
        
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El mismo día que regreso de la isla, la prensa de Porlamar reseña el cierre de 159 comercios por problemas económicos. Las malas noticias no dan tregua.  
Pero el viento insiste. 
 
Cerca del mar revuelto, un niño lee la primera página de un libro que su padre adquirió en la feria. Un libro que será su papagayo personal. Su país posible.

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