De camino a una base científica del Polo Norte, el viceprimer ministro de Rusia, Dmitry Rogozin, decidió hacer una escala en el archipiélago noruego de Svalbard.
Y unos días después escribió desafiante en su cuenta de la red social Twitter: “El Ártico es una Meca rusa”.
Aquello, más que una provocación, fue una declaración de principios.
Como también lo fue el hecho de que años antes, en 2007, el conocido explorador polar y también vicepresidente de la Cámara de Diputados rusa, Artur Chilingárov, colocara en el lecho marino del Polo Norte una cápsula de titanio con una bandera rusa.
“Plantar una bandera en el fondo del Ártico fue una clara muestra simbólica de que Rusia lo estaba reclamando”, le dice a BBC Mundo Daniel Añorve, profesor de la Universidad de Guanajuato, México, y autor, entre otros trabajos, de “La estrategia integral de Rusia en el Ártico como eje central de su reposicionamiento internacional”.
Fue más bien la ratificación de una reivindicación que venía de 2001, en base a la Convención Internacional de Derecho del Mar de Naciones Unidas (1982).
De acuerdo a este convenio, a los países limítrofes (Canadá, Dinamarca por Groenlandia, Noruega, Rusia, Estados Unidos, Suecia, Finlandia e Islandia) les pertenecen los recursos naturales del fondo marino y su subsuelo situados a hasta 322 kilómetros (200 millas) de su territorio.
Y pueden además solicitar una ampliación hasta los 563 kilómetros (350 millas), siempre que prueben que esa extensión forma parte de su plataforma continental.
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Así que, por las dos acciones mencionadas, y por una estrategia que se puso sobre papel en 2008 y ahora parece estar implementando, el doctor en ciencias políticas y experto en geopolítica de Rusia está convencido de que Moscú busca la supremacía en el Ártico.
Las oportunidades del deshielo
Sin embargo, la investigadora Ekaterina Klimenko, del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) de Suecia, y autora de Russia’s Evolving Arctic Strategy (La estrategia en evolución de Rusia en el Ártico), aunque también reconoce los movimientos y cambios de doctrina con respecto al Ártico, prefiere no hablar de búsqueda de supremacía.
Y explica a BBC Mundo por qué: “Rusia es ya una superpotencia en la región. Además de la capacidad militar que históricamente ha tenido en el Ártico, de los cuatro millones de habitantes de la región ártica, un millón son ciudadanos rusos”.
¿Pero por qué interesa tanto el Ártico al Kremlin?
La región tiene, aproximadamente, una superficie 40 veces mayor que España, aunque al no tratarse de un continente propiamente dicho su extensión no está definida.
Está delimitada por el Círculo Polar Ártico y comprende el océano Glacial Ártico y las áreas de tierra que lo circundan, pertenecientes a Groenlandia, Eurasia y América del Norte.
El área presenta importantes oportunidades económicas como consecuencia del proceso de pérdida de masa helada, algo que parece imparable. El volumen de hielo marino está diminuyendo a un ritmo del 12% cada 10 años.
La capa helada alcanzó su máxima amplitud de este año el 25 de febrero, 14,54 kilómetros cuadrados. Y se trata de la menor extensión desde que se monitorea el dato.
Con el imparable deshielo, por tanto, cada vez parece más factible el acceso a una ingente cantidad de recursos naturales.
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Además de depósitos minerales con oro, platino y diamantes, bancos de peces y fauna de importante valor comercial, la Inspección Geológica de Estados Unidos calcula que contiene el 30% de las reservas mundiales no descubiertas de gas natural y el 13% de las de petróleo.
Y ahí radica principalmente el interés de Moscú, en la energía.
Economía basada en la energía
“La de Rusia es una economía basada en la energía”, confirma Klimenko. Y es en el área donde tiene el grueso de sus reservas de hidrocarburos, además de 20.000 kilómetros de frontera marítima.
“Los energéticos, tanto el petróleo como el gas natural, son pilares de la economía rusa postsoviética”, concuerda Añorve. Pero no sólo eso, añade.
“También son un instrumento de negociación y chantaje político mucho más poderoso que las armas nucleares”.
El propio Rogozin, el que describiera el Ártico como la Meca rusa, ya había advertido en 2012 que los intereses del país en la región serían reforzados.
“Si no hacemos esto, vamos a perder la batalla por los recursos”, dijo entonces.
Aunque la de los recursos energéticos no es la única razón.
Klimenko también subraya el factor histórico: “Durante la Guerra Fría, el Ártico fue un punto estratégico para sus fuerzas”.
Y como consecuencia, hace alusión al simbolismo de la región: “Tanto para el gobierno como para la gente el Ártico muestra que Rusia sigue siendo fuerte, que tiene un gran poder”.
Pero más allá de lo simbólico, existen otros intereses tan prácticos como el de la energía.
El deshielo también dejaría abiertas de manera permanente dos rutas: la del noroeste y la del noreste.
La segunda, también llamada ruta de mar del Norte, une los océanos Atlántico y Pacífico a través de las costas del norte de Rusia. Y ofrece, en principio, un camino más barato, rápido y seguro que los corredores comerciales actuales.
Y los motivos militares y de defensa no son menos importantes. “La región tiene gran importancia estratégica para los estados poseedores de una flota de submarinos nucleares”, señala una monografía del Instituto Ruso de Investigaciones Estratégicas.
“Desde las posiciones submarinas en el noreste del mar de Barents se pueden alcanzar la mayoría de los blancos importantes en el mundo, porque por aquí pasa la trayectoria más corta para los misiles balísticos en cualquier hemisferio de la tierra”, añade.
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Y en una sesión parlamentaria de principios de abril, Vicheslav Shtyrov, presidente del consejo de expertos del Ártico y la Antártica, dijo que existe “una gran posibilidad de que el Ártico ruso sea la primera línea de defensa en caso de un conflicto militar global, porque esa es la dirección más probable de una ataque con misiles nucleares del adversario”.
Militarización en marcha
Por ello, el Kremlin creó un nuevo mando militar para mejorar la coordinación y el alcance en el Ártico. Una doctrina que fue anunciada por el propio Putin en diciembre del año pasado.
Con ella se incluyó la región por primera vez en la esfera de influencia de Rusia.
Entre otras medidas, proyecta una nueva agrupación de 6.000 soldados con dos brigadas de infantería motorizada para la zona.
También restablecerá las bases que la Unión Soviética tenía en el Ártico y está construyendo otras nuevas, en el archipiélago de Novosibirsk, al norte de Siberia Oriental, y en la isla de Wrangel.
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Además, la pista de aterrizaje del archipiélago Novaya Zemlya fue renovada para poder recibir cazas de nueva generación y para que se instalen en ella nuevos sistemas de defensas antiaéreos.
Pero, ¿cómo ven el resto de países árticos estos movimientos de Moscú?
A principios de mayo, y como consecuencia del viaje de Rogozin al Ártico, Dinamarca, Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia firmaron una declaración conjunta que sostenía que “la conducta de Rusia representa el más grande desafío para la seguridad europea”.
Y llamaban a aumentar la cooperación.
Ante esto, Añarve no entiende por qué Occidente ve “con tanta sorpresa” el reclamo ruso.
“En ocasiones sobredimensionamos el joven bully de la política internacional, Rusia. No es menos cierto que Canadá y Estados Unidos tienen sus propios diferendos sobre el estatus de la región”, añade.
El primero de ellos, Canadá, informó en marzo que destinará US$3.400 millones para cinco buques de patrullaje en la región.
Y algo similar anunció Noruega, otro de los países árticos, ese mismo mes. Dijo que asignaría US$1.000 millones a la actualización de sus fuerzas militares en la zona.
¿Crimea, un precedente?
¿Y qué tiene que ver una crisis geográficamente lejana, la de Ucrania, en esta percepción?
¿Es mucho decir que Occidente teme que la anexión de Crimea sea un precedente de actuación para el Ártico?
¿Está la desconfianza ganando terreno a la cooperación en la que ha sido modélica hasta ahora el Consejo del Ártico, la organización que integra a los ocho estados del litoral, cinco de ellos miembros de la OTAN?
“Sí, es mucho decir”, dice tajante Klimenko. “Rusia cumple con el derecho internacional en lo referente a la región”, aclara.
“Además, Ucrania y el Ártico no tienen nada que ver, son regiones muy distintas y Rusia no puede actuar de la misma manera en ambas”, añade.
“La política de Moscú para el Ártico no ha cambiado. Existe sobre papel desde 2008 y ahora se está implementando”.
Sin embargo, reconoce que lo que antes de la crisis de Ucrania se veía como una modernización de equipos militares se mira ahora con sospecha.
Y hay otro agente que entró en el juego: China.
“Su reciente patrullaje de rompehielos en el Ártico nos permite entender que la lucha por los recursos de la región no se limita a los estados costeros”, indica Añarve.
De hecho, Klimenko señala la existencia de proyectos conjuntos del gigante asiático y los rusos y subraya que una colaboración en esa línea en el Ártico sería más que deseable.
“China tiene la tecnología, además de una situación financiera que le permitiría hacer una inversión sin necesitar un reembolso inmediato”, asegura. “Y Rusia, por su parte, tiene los rompehielos, la experiencia en la zona, la industria”.
Sea entre quienes sea, la experta cree que la colaboración será indispensable para la explotación del área ártica.
“Puede que las buenas relaciones en el Ártico dependan de cómo se desarrollen las cosas en otro lugar del mundo”, dice, volviendo a la crisis de Ucrania.
“Cuando termine la crisis será más probable que la cooperación entre países vuelva a ser la que era”, señala. “Pero cuándo ocurrirá eso no es fácil de decir”.
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