El presidente de Bolivia, Evo Morales, perdió una batalla electoral por primera vez en más de 10 años.
Fue por un estrechísimo margen –de poco más de 2,6 puntos porcentuales– y después de horas de enorme tensión, luego de un recuento que sólo arrojó una tendencia irreversible dos días después del cierre de las urnas.
Pero es algo inédito desde su primer y sorpresivo triunfo de diciembre de 2005, cuando ganó las elecciones presidenciales en primera vuelta.
Luego de esa victoria, Morales arrasó en un referendo revocatorio y también se impuso en la consulta que puso en vigencia una nueva constitución para Bolivia.
Y después de una primera reelección en 2009, en octubre de 2014 fue confirmado para un tercer período presidencial con el apoyo de más del 60% de los bolivianos.
Hasta este martes, cuando se confirmó la victoria del “No” en el referendo con el que buscaba habilitarse para buscar un cuarto mandato.
Eso significa que deberá mirar de palco la siguiente elección presidencial de Bolivia y que el 22 de enero de 2020 tendrá que entregar la banda presidencial a otra persona.
Así terminaría la intensa gestión de un presidente que se propuso y logró cambiar profundamente a Bolivia.
Sin embargo, los efectos directos del referendo del domingo no son la única consecuencia del resultado.
Los rostros del rechazo
Una de las consecuencias inmediatas del referendo es cierto debilitamiento político de Morales.
La referencia electoral inmediata de su mandato ya no es la aplastante victoria con el 60% de los votos a su favor –el doble de porcentaje de su inmediato seguidor–, sino la derrota por estrecho margen –pero derrota al fin– que se confirmó este martes.
Y para Pablo Stefanoni, analista y exdirector de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique, la despolarización que se sentía en Bolivia entre 2010 y 2014 reflotó renovada, dejando el país dividido en mitades.
Todo por un referendo en el que Morales, añade el periodista, “se metió solo”.
“La primera dificultad, obvia, de un referéndum de esta naturaleza es que unifica a todos los oponentes en la opción del No”, apuntó Stefanoni en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique edición Cono Sur.
Un conglomerado que, según Stefanoni, va “desde los racistas que nunca quisieron un gobierno campesino-indígena hasta quienes critican lo contrario: que (el de Morales) no es un verdadero gobierno indígena sino un sucedáneo de matriz blancoide o directamente un gobierno antindígena”.
Si bien el referendo contó con las apariciones de los viejos líderes políticos bolivianos, totalmente estigmatizados con la etiqueta de “neoliberales y vendepatrias”, se logró instalar mediáticamente la idea de que campaña por el No era una “movilización ciudadana”.
Y, por ello, después del referendo, el rechazo a la opción de Morales no sólo puede atribuirse a los partidos de derecha que llevan décadas odiándolo, ni a las élites económicas de Bolivia.
El No en las urnas también tiene rostro de agrupaciones juveniles, pensadores de izquierda, dirigentes sindicales y políticos que empezaron su carrera en el mismo gobierno del actual presidente y que ahora están en la disidencia.
Estas caras nuevas fueron uno de los puntos débiles del oficialismo durante toda la campaña.
En su intento por asociar el rechazo a Morales con los políticos del pasado, la campaña a favir del “Sí” concentró sus ataques verbales y propaganda negativa en exautoridades que llevan años fuera de Bolivia.
El sucesor…
Durante la campaña, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, fue el principal promotor de la idea de que el liderazgo de Evo Morales era irreemplazable y que la continuidad del proyecto político oficialista dependía de su continuidad en la presidencia.
“No lo abandonen al presidente. El presidente Evo, si tiene apoyo, construye colegios. Si no tiene apoyo, regresarán los gringos, regresarán los vendepatrias, regresarán los asesinos y a los niños les van a quitar todo y no habrá destino”, advirtió García Linera.
“Habrá llanto y el sol se va a esconder, la luna se va a escapar y todo va a ser tristeza para nosotros”, dijo en sentido metafórico el Vicepresidente durante la campaña.
Catastrofismos aparte, ahora el partido de gobierno de Bolivia está en la obligación de buscar un sucesor de Evo Morales durante los tres años y medio que faltan para la siguiente elección presidencial.
Puede sonar a mucho tiempo, sin embargo es la primera vez que el partido oficialista debe pensar en un liderazgo nuevo de alcance nacional prácticamente desde su fundación, en 1995.
Aunque para el sociólogo Salvador Schavelzon, autor de una etnografía sobre la etapa previa y la asamblea constituyente de Bolivia que impulsó Evo, esta derrota puede significar una oportunidad para el oficialismo.
El investigador señala que, para el partido de Morales, la victoria del No “permite convocar una serie de congresos con las bases, abrir un proceso interno democratizador y mostrarse como fuerza política viva que puede reinventarse para ganar en 2019″.
Y Schavelzon destaca la importancia del desafío que ahora tiene el oficialismo boliviano.
“No abrir un proceso de reflexión va en dirección de continuar la desconexión del gobierno con todo lo que representa y lo que movilizó desde que fue creado. Está en juego demostrar si puede ser un organismo vivo y no un esqueleto en descomposición“, dijo.
Los antecedentes, sin embargo, no son muy alentadores a la hora de pensar en un nuevo liderazgo.
En 2015, el partido de Evo Morales perdió las alcaldías de las cuatro ciudades más grandes de Bolivia: La Paz, Santa Cruz, El Alto y Cochabamba.
Históricamente, ninguno de los candidatos locales del oficialismo demostró tener un propio caudal de votantes significativo.
¿Es tiempo de la oposición?
A pesar de las celebraciones opositoras que hablaban del “rescate de la democracia” y una “nueva oportunidad” para Bolivia, la oposición no tiene muchos motivos para celebrar más allá de que Evo Morales haya sido derrotado en las urnas alguna vez.
Como apuntó Stefanoni, el rechazo a Morales “permitió la unificación de un voto que nunca se uniría detrás de una candidatura común“.
Poco tienen que ver los antiguos colegas de academia del vicepresidente boliviano o los viejos dirigentes que acompañaban a Morales en marchas y huelgas con un millonario que en su paso por la función pública privatizó empresas estatales.
El analista político Iván Arias afirmó que los desafíos para la oposición en adelante son “titánicos” si quiere convertirse en una “alternativa de poder creíble y viable.
“La alternativa tiene que oler y saber a poder y no a dispersión y división. Esto les obliga a construir una alternativa que enamore al país a partir de nuevos liderazgos, propuestas reales e inclusivas, certidumbres económicas, sueños de futuro y completa renovación de la forma de hacer política y de gestionar la cosa pública”, señaló Arias.
Como apunta el analista, las perspectivas de triunfo para la oposición se han mostrado escasas cada vez que trataron de enfrentarse al oficialismo desde varios frentes.
Otro aspecto que siempre le ha jugado en contra a los detractores de Evo Morales es la aparición de la vieja clase política que se niega a jubilarse y todavía piensa que tiene una oportunidad más en ese país.
En Bolivia, por ahora, no existe una alternativa política que incluya características como “nuevos liderazgos” o “propuestas reales”.
Fue uno de los argumentos más efectivos del oficialismo durante las últimas elecciones presidenciales: la oposición no ha sido capaz de construir un programa de gobierno y proyecto de país diferente al que impulsa Evo Morales y se limita a criticar todo lo que venga de él.
Visto así, después del referendo del domingo, el oficialismo tiene varios motivos para preocuparse, pero la oposición no tiene tantos motivos para festejar.
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