Son las seis de la tarde de un fin de semana largo en la zona comercial de la Isla de Margarita, el epicentro turístico de Venezuela, y si hay algún caminante por ahí, me dicen, ha de ser sospechoso.
Las tiendas cerradas, los semáforos apagados, los casinos desocupados.
“¿Será porque es domingo?”, les pregunto una y otra vez al taxista, al vigilante, al vendedor ambulante de café.
“No”, reiteran uno a uno. “Es la crisis, la inseguridad, el racionamiento de luz y agua“, coinciden.
“¿Tú sabes lo que solía ser esto en este fin de semana?”, me preguntan retóricamente, en referencia al 19 de abril, la fiesta nacional de independencia en Venezuela, que siempre es feriado.
Las estadísticas parecen corroborar lo que dicen: la ocupación hotelera en esos días fue del 30%, la misma cifra que ha promediado este año, según la Cámara Hotelera de Margarita.
Antes, no hace más de tres o cuatro años, la media de camas reservadas era del 80%.
Pero mientras recorro estas calles despobladas, hay un lugar de la isla que está repleto, lleno de sonidos, colores y sabores: los restaurantes.
Margarita –una isla en el Caribe con 600.000 habitantes– parece decaer con la tragedia económica y de seguridad que enfrenta Venezuela, pero hay un sector de sus habitantes que le quiere decir al resto del país que la solución está ahí, a la vuelta de la esquina.
Crisis vs. crisis, pero “hay que trabajar”
El debate entre los pregoneros de la debacle y quienes defienden un futuro promisorio en Margarita fue objeto de una dura polémica en Semana Santa.
Las fotos de los baldes de agua en las duchas, de las interminables filas y las playas vacías se propagaron por las redes sociales como prueba de que Margarita dejó de ser esa tierra pujante que algún día fue.
En son de respuesta, Sumito Estévez, un chef de la Isla que se hizo famoso en televisión, escribió un punzante ensayo argumentando que la promoción sin matices de la crisis margariteña fue “cruel y hasta suicida“.
Estévez se convirtió en la tendencia del momento: lo tacharon de chavista, de asalariado del gobierno, de defensor de sus restaurantes exclusivos.
El agua, siempre el agua
La crisis general en Margarita no es muy diferente a la que se ve en el resto de Venezuela: hay filas para comprar productos, la inflación está disparada y hay racionamiento de luz.
El problema del agua en la Isla sí es más grave –y más viejo– que en todo el país, porque la fuente es un tubo que viene desde el continente.
Aunque el gobierno atribuye la escasez de agua a la sequía, muchos margariteños dicen que el problema son las fisuras del tubo, que generan enormes fuentes de agua, chorros de metros de altos en la mitad del mar, por los escapes de miles de litros por segundo.
En internet se encuentran decenas de videos grabados debajo del mar en los que parecen verse los escapes.
Con eso, hay margariteños que deben tener en su casa hasta tres tanques para guardar el agua que llega cada dos o tres semanas.
Por toda la isla se ven camiones cisterna que se abastecen de los pozos profundos –controlados por las Guardia Nacional– y, a cambio de US$100, surten de agua potable a los hoteles dispuestos a pagar esa pequeña fortuna.
Tan grave es la escasez de agua en Margarita que en Semana Santa hubo hoteles que usaron el agua de las piscinas en los baños.
“El nuevo petróleo”: uno de los 15 motores de Maduro
Pero no sólo por la polémica de Semana Santa Margarita ha estado en las noticias recientes.
Primero, las imágenes de reos disparando al cielo dentro de la principal cárcel de la isla en el funeral de uno de los internos le dieron la vuelta al mundo en febrero.
Luego el presidente, Nicolás Maduro, fue dos veces a las Isla en las últimas semanas a lanzar el llamado “motor turístico“, uno de los 15 sectores que el gobierno socialista espera avivar para superar la crisis.
El mandatario celebró, entre otras cosas, la limpieza de Playa El Agua, una joya de 4 kilómetros con altas palmeras donde removieron todos los quioscos acampados sobre la arena y esperan construir un bulevar donde se puedan instalar frente al mar.
Maduro también aplaudió un reciente decreto del Banco Central, que les permite a los hoteles y aerolíneas cobrar a los extranjeros en dólares.
40%
en Semana Santa 2016
30%
promedio de 2016
-
80% promedio anual del 2008 para atrás
“El nuevo petróleo de Venezuela tiene que ser el turismo“, dijo Maduro desde la playa, en referencia a la necesidad de generar divisas más allá del crudo, que es responsable del 95% de los dólares que entran al país.
Así como se presentó, los agentes turísticos deberían estar satisfechos con poder cobrar en dólares, una moneda que en el mercado negro se cotiza 100 veces más cara que en el oficial.
Pero el Consejo Superior de Turismo (Conseturismo), que agrupa a la mayoría de los agentes, emitió una carta en la que criticaba varios puntos del decreto, entre ellos que los turistas no puedan pagar en efectivo y que el 60% de los dólares que reciban los hoteles vaya al Banco Central, que gestiona los dólares del gobierno.
“La resolución está hecha para captar dólares para el gobierno, no para captar turistas“, le dijo a BBC Mundo José Yapur, presidente de Conseturismo.
BBC Mundo solicitó una entrevista con la ministra de Turismo, Marleny Contreras, pero no obtuvo respuesta.
Hay infraestructura, pero no estructura
Yapur, además de representar al sector turístico en Venezuela, es dueño de una agencia de viajes en su natal Margarita.
Sentado en un café en un centro comercial sin aire acondicionado en la Isla, Yapur le dijo a BBC Mundo que el sector turístico ha caído con la crisis económica, pero que gracias a los incentivos fiscales la infraestructura ha crecido.
Eso explica que en Margarita, en medio de una crisis histórica, se vean cientos de edificios en construcción con un cartel que dice “CrediTurismo”, una esquema financiero que para unos ha sido una feria de clientelismo y para otros un incentivo para el sector.
Yapur dice que Margarita “nunca había tenido una infraestructura de hoteles tan desarrollada como ahora“.
Pero, en términos generales, los turistas no están llegando, porque le crisis ha afectado a todos los demás sectores que deben funcionar para que haya turismo.
Las aerolíneas, por ejemplo, pasaron de ofrecer 5.500 a 3.000 asientos al día hacia Margarita: antes se podía volar directo a la isla desde ciudades europeas como Fráncfort, Ámsterdam y Paris, pero hoy solo se puede llegar desde ciudades importantes de Venezuela, y con la enorme posibilidad de un retraso.
Algo similar ocurre con los ferries que viajaban desde el continente: pasaron de ofrecer 9.000 a 6.000 puestos.
Y perdieron su reputación de eficientes por cuenta de la corrupción: la semana pasada, la Fiscalía venezolana solicitó una orden de captura contra el exministro de Transporte Hebert García Plaza por haber comprado usados los ferries que iban a servir ese trayecto.
Hoy los ferries con esfuerzo pueden prender motores.
A este problema del transporte se suma uno quizá menos tangible, más subjetivo: la delincuencia que ha hecho de Venezuela uno de los países más violentos del mundo.
Pocas cosas pueden perjudicar más al turismo que la reputación de inseguridad.
Sin embargo, la delincuencia en Margarita es mucho menor que en el resto del país: según cifras independientes y oficiales, Nueva Esparta fue uno de los estados con menos homicidios en 2015.
Eso no implica, sin embargo, que las historias de secuestros o robos armados –que las hay– no lleguen a los oídos de los margariteños, que decidieron abandonar las calles por las noches convirtiendo a la Isla en una suerte de ciudad fantasma nocturna.
Margarita era antes un paraíso para la fiesta, porque contaba con decenas de clubes nocturnos que abrían hasta el amanecer.
Hoy, los sitios que abren hasta las 3 AM se pueden contar con una mano.
Pero la noche es otro ejemplo de que si bien la gran parte de Margarita está menguada, hay luz al final del túnel: este mes, en uno de los hoteles más grandes, habrá una fiesta con 15 djs internacionales para la que ya se vendieron 5.000 boletas.
Los hangares para los aviones privados, las mesas en los restaurantes de etiqueta y los cuartos de los hoteles con diseño Feng Shui ya están todos reservados para un fin de semana que mostrará esa otra cara de Margarita.
“Extranjeros y ‘boliburgueses'”
Yapur dice que esa otra Margarita –que está prácticamente dolarizada– es el 10% del mercado.
En playas como Parguito o El Yaque la gente se toma selfies con celulares último modelo, comen sushi, se desplazan en carritos de golf y visten trajes de baño que valen un año de salarios mínimos en Venezuela.
Hay hoteles con 100% de ocupación en promedio donde los jabones son orgánicos y biodegradables, donde las plantas del jardín están relucientes como si no hubiera sequía y para refrescarte te reciben con una toalla fría y un smoothie de frutos rojos.
Los matrimonios que se organizan en estos hoteles suelen pagar por artistas con Grammys en su hoja de vida y chefs graduados en Francia.
En esos hoteles el relajamiento que inspiran las piscinas diseñadas en cascada hace que cualquiera se olvide de que estamos en un país en crisis.
Muchos margariteños dicen que este es un mercado exclusivo para extranjeros o “boliburgueses“, como se les conoce a los chavistas que se han hecho millonarios durante la revolución y –supuestamente– tienen propiedades y llegan en helicóptero a la isla.
Una noche en uno de estos hoteles de diseñador cuesta tres o cuatro salarios mínimos mensuales: unos 100.000 bolívares, que a la tasa del mercado negro son US$100.
Crecer desde el nicho
Pero en el campo de la gastronomía, lo que antes estaba sólo al alcance de un nicho pudiente se ha ido volviendo cada vez más accesible para los turistas de clase media venezolanos.
Todos los sábados, en el colonial pueblo de Asunción, los mejores chefs de la Isla salen a la calle con sus cocinas para ofrecerle al visitante una dosis de sus sofisticadas recetas a un precio accesible: 1.000 bolívares, o un dólar, para quedar satisfecho; lo mismo que una hamburguesa en la calle en Caracas.
Unas 3.000 personas llegan cada sábado a estas ferias, que además ofrecen algo que muchos venezolanos han perdido: la posibilidad de caminar por la calle de noche.
Margarita Gastronómica es el proyecto gestor de estos eventos, que este año tiene confirmadas otras 42 ferias de comida en la Isla.
“Hemos tenido un impacto inesperado”, asegura Fernando Escocia, creador y director de Margarita Gastronómica, en una oficina decorada con muñequitos de los Beatles.
“Como es un proyecto que genera identidad, que es barato y que conquista espacios de la ciudad que estaban abandonados, ha surgido un tejido comercial, un ecosistema de emprendedores que solo va a crecer por mucho que sea incipiente”, le dice a BBC Mundo.
Y Yapur, el presidente de Conseturismo, añade que “aunque Margarita Gastronómica no va a solucionar la crisis, es el ejemplo de movilización que puede seguir todo el país, y en Margarita sectores como el deporte, el arte o los eventos“.
Los platos que las ferias están intentando promocionar –una hamburguesa de almejas, una salchichas de sardinas, un choripán de embutido de pescado– tienen todos un elemento en común: son hechos con productos margariteños.
Es decir: en la isla que los venezolanos usaban como puerta de acceso al mundo de las importaciones –donde compraban su queso holandés, su whiskey y su Snickers– ha habido un pequeño auge de los productos locales en medio de la crisis de divisas.
“Tenemos que ser creativos durante la crisis y nosotros hemos decidido emprender llevando nuestro paisaje al plato”, dice Escorcia.
Por eso, en todos estos restaurantes nuevos de Margarita hay cocteles, entradas y postres hechos con ají margariteño, ese pimentón pequeño, multicolor y dulce que florece en el desierto y solo se produce en Venezuela.
Pero Margarita produce muchas otras cosas, entre ellas –y seguro dejaré algunas por fuera– sierra, mejillón, sardina, jurel, palometa, caracol, botuto, perla, berenjena, cebolla, cebollín, patilla, melón, guayaba, naranja, lima y ciruela.
Todo eso se está produciendo ahora: para verlo sólo hay que ir a alguno de los fulgurantes mercados populares de la isla.
Y hace un año y medio que no llueve en Margarita.
Si Venezuela es adicta a la renta petrolera, me dice Escorcia, al menos “tiene con qué rehabilitarse“.
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