¿Cuánto hace que Mauricio Macri se hizo cargo de la presidencia? Apenas 45 días hábiles. ¿Y por qué da la sensación de que hace como un año que viene gobernando? Quizá sea, entre otras cosas, porque no hubo un traspaso de mando ordenado ni una transición más o menos normal. Y quizá también pueda explicarse por los altos índices de inflación de diciembre, enero y lo que va de febrero. Por los descontrolados aumentos, que generan un ambiente de preocupación y que por momentos opacan las buenas expectativas de la sociedad sobre el mediano y el largo plazo. ¿Y por qué el nuevo gobierno decidió no poner energía en informar y denunciar, con lujo de detalles, la pesada herencia que recibió, después de 12 años de populismo a la bartola, apropiación del Estado y un sistema de corrupción más creativo, diversificado y escandaloso que el que caracterizó al propio menemismo?
La explicación “oficial” es que no se quiso inocular mala onda a una sociedad estresada de tanto maltrato. Pero ahora hay quienes agregan, cerca del Presidente, que no tenían el tiempo, ni el equipo, ni la energía para hacer dos enormes cosas al mismo tiempo. Es decir: gestionar y denunciar. Destapar la olla del guiso más espeso y plantear las soluciones para cada situación conflictiva.
Los que forman parte de la mesa chica repiten que Macri repasará la lista de “los muertos” que recibió el día en que le hable al Parlamento en la apertura de las sesiones ordinarias. Y que eso será suficiente para recuperar algo del timing y la iniciativa política que pudo haber perdido al no hacerlo no bien pisó la Casa Rosada. Otros, un poco más realistas, reconocen que están desacomodados. Que las malas noticias se producen casi todos los días y contaminan el aquí y ahora. Y que el efecto de las buenas noticias, como el principio de recomposición del sistema energético, la reducción del déficit y de la emisión monetaria, que contribuirá a bajar la inflación, combinados con la promesa de inversiones y el regreso del crédito para obras de infraestructura, se empezará a notar, tímidamente, en el principio del segundo semestre, después de pasar uno de los inviernos más complicados de los últimos tres o cuatro años.
¿Hay un gobierno de dos tiempos? Se podría decir que sí. Y también se podría reconocer, sin ser considerado “destituyente”, que, aunque el Presidente sabe hacia dónde quiere ir, a veces, ciertas decisiones parecen más inoportunas que efectivas. Por ejemplo, ¿cuál era el apuro para quitarles las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras? ¿Por qué no resolver antes y mejor el irritante problema de la suba del mínimo no imponible, que afecta a millones de trabajadores? ¿Por qué no terminar de decidir la baja del IVA para los alimentos de los sectores menos favorecidos, como lo anunciaron más de una vez?
Los que ayudaron a Macri a llegar hasta aquí trabajaron con paciencia para vencer los prejuicios que había sobre su figura y que todavía no se terminaron de diluir. Uno era el miedo a que el hijo de Franco gobernara para la clase social de la que formó parte desde que nació. Y otro era el fantasma de que implementara un ajuste clásico. En los miles de focus groups que se mandaron a realizar para la campaña, una buena parte de la sociedad repetía que Macri era el más inteligente de los candidatos, pero que temían que esa misma capacidad fuera usada en contra de las mayorías. De hecho, la brutal campaña del miedo que impulsó Daniel Scioli tuvo un resultado mucho mejor que el que vaticinaban las encuestas. Todavía Eduardo “Wado” De Pedro suele explicar que si se prolongaba unos días más, hoy el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires estaría ocupando la quinta de Olivos.
El propio Jaime Durán Barba le pidió una y otra vez a Macri que no arrancara la gestión con un ajuste nominal u ortodoxo. “Pero éste no es un ajuste clásico. Al contrario, es lo más parecido a un aterrizaje suave, gradual. No se detuvo en seco la emisión. No se bajaron los sueldos de los empleados públicos ni se les está poniendo un tope a las paritarias. Se está subiendo, de manera paulatina, la Asignación Universal y se están otorgando más planes. Quizá no salgamos a gritarlo con bombos y platillos, pero esto no es un ajuste. Y los que saben de economía reconocen que, de a poco, la inflación va a iniciar un camino de tendencia hacia la baja. ¿Sabés las expectativas que hay en el mundo y entre los inversores con este cambio de rumbo en la Argentina?”, le explicó Macri a un periodista que considera que este gobierno no está haciendo lo suficiente para controlar la inflación.
Hasta la semana pasada, el Presidente, preocupado, estuvo analizando la posibilidad de abrir la importación de los productos de la carne. Lo convencieron los ministros del equipo económico, con el argumento de que sería peor “el remedio que la enfermedad”. Cada vez que el jefe del Estado parece sucumbir a la tentación de alguna medida compulsiva, aparece su jefe de Gabinete, Marcos Peña, para recordarle que lo mejor es no bailar al compás del “círculo rojo” y no comprar el estrés del día a día. Si Macri vuelve de una reunión donde le informan alguna mala noticia, su equipo más cercano le recuerda que en las encuestas le está yendo mejor que nunca y que es un dato inédito un apoyo semejante al mismo tiempo en que se anuncia un aumento de tarifas.
También son buenas noticias para el gobierno de Macri la rutilante aparición de Guillermo Moreno y los procesamientos de Aníbal Fernández y los ex ministros de Salud Juan Manzur y Daniel Gollan, por la implementación del plan Qunitas. Es lo que le garantiza, por contraste, más apoyo a la nueva administración. El escándalo del plan Qunitas revela la lógica del sistema de negocios sucios del kirchnerismo. Esa lógica política, económica y hasta psicológica del entramado de corrupción que encabezó Néstor y continuó su viuda está siendo analizada, entre otros, por la diputada nacional Margarita Stolbizer. Ella está muy preocupada por la inacción del juez Daniel Rafecas, el juez que debería seguir investigando a Cristina, Máximo Kirchner y Lázaro Báez por la causa Hotesur. “Hasta un chico se da cuenta de que es el típico caso de lavado de dinero.” Quizás, en algún momento, le pida a Rafecas una entrevista formal para saber por qué mantiene cajoneada la causa más explosiva. El Presidente ya dijo que no va a mover un dedo para influir sobre ningún juez, pero espera con ansiedad que los magistrados hagan su trabajo.
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