En el Uruguay de la igualdad, de ayudar al más necesitado, en el que Artigas dijo que “los más infelices serían los más privilegiados”, algo parece estar cambiando. Cuando en los años 90 los uruguayos consideraban que lo que faltaban eran oportunidades y políticas para revertir la pobreza, con el auge económico tras la crisis de 2002 fue instalándose la idea de que facilidades sobran y que lo que escasean son voluntades para trabajar y salir adelante.
La Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) realizó un diagnóstico sobre los valores y actitudes de los uruguayos respecto a diferentes asuntos. Y uno de sus capítulos, que aún no fue publicado, se centró en cómo la sociedad ve la distribución de la riqueza. Al respecto, el estudio concluye que la pobreza ya no es tan fuertemente percibida como un coletazo de la injusticia social, sino que es culpa (individual) de los mismos pobres.
Este cambio de actitud “enciende una luz amarilla”: porque la valores menos compasivos y más acusatorios ante los que menos tienen pueden “acentuar la desigualdad”, explicó Felipe Arocena, profesor titular de Sociología (de UdelaR), uno de los autores de la investigación.
Arocena remarcó que en el continente más desigual del mundo, Uruguay ha sobresalido como el ejemplo de igualdad. Prueba de ello es que la uruguaya es la clase media más consolidada. Seis de cada diez habitantes están situados en este estrato, si se mide por ingreso (entre US$ 12 y US$ 62 por día). O, si se prefiere, el índice de Gini pasó de 0,456 a 0,383 en diez años, siendo esta una señal de una mejor distribución de la riqueza en el país.
Estos números fríos también tienen su correlato en cómo se perciben los uruguayos. Siete de cada diez encuestados para la Encuesta Mundial de Valores, en 2011, dijeron no parecerse mucho o nada a alguien que tuviese como algo importante en su vida “ser rico, tener mucho dinero y cosas lujosas”. Y un porcentaje similar señaló que se reconoce como perteneciente a la “clase media baja”.
Pero esta creencia de igualdad y de que “naides es más que naides” fue viéndose modificada ante la mejora económica y la implementación de medidas que buscaban la igualdad.
Esta batería, según la OPP, incluye el impuesto a la renta, los consejos de salarios, el financiamiento progresivo del sistema de salud (reforma mediante) y el sistema de cuidados. Y pueden agregársele herramientas más polémicas, como el Plan de Emergencias o la Tarjeta Uruguay Social.
Algunas de esta medidas incidieron en que la pobreza cayera del 36% al 9% en los últimos 15 años. Y acorde a esta caída dejó de verse necesario el incremento del gasto social.
El 18% de los uruguayos pensaba en 2006 que “los gobiernos cobren impuestos a los ricos y subsidien a los pobres NO es una característica esencial de la democracia”. En 2011, la cifra ascendió al 27%.
En esa misma línea, en 1996 el 80% de los uruguayos pensaba que las acciones que se hacían para ayudar a los pobres eran muy pocas y solo un 17% consideraba que eran adecuadas, mientras que en 2011 solo un 25% entendía que lo que se hace es muy poco y un 63% pensaba que es adecuado o más de lo necesario (20%).
Si bien estas opiniones no cambian la percepción igualitaria, la OPP advierte que “están apareciendo significativas grietas en algunos discursos que entienden que las medidas redistributivas ya son suficientes y hasta excesivas y que la pobreza es algo circunstancial de lo que las personas pueden salir por sí mismas”.
La percepción que los uruguayos tienen sobre la democracia parece salida del diccionario de la Real Academia Española: “Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes”. Por eso, a diferencia de lo que sucede en países nórdicos, la redistribución de la riqueza no parece ser un valor central del sistema democrático, explicó Helena Rovner, doctorada en Gobierno y consultora del Banco Mundial.
Cuando a los uruguayos se les pregunta si es un valor esencial de la democracia que los ricos paguen impuestos para subsidiar a los pobres, las respuestas se dividen en tercios: un tercio piensa que “sí”, uno que “no” y otro tiene “opiniones intermedias”. En Suecia, sin embargo, solo el 16% considera que “no” y el 39% piensa que “sí”. Una situación similar ocurre en Holanda, con la diferencia que las opiniones intermedias son más fuertes. Y en el extremo contrario está Brasil, con el 43% de su población con una opinión contraria a que la redistribución sea un pilar del sistema democrático.
Según Rovner, los uruguayos piensan que no son ricos y que tienen una democracia por instituciones consolidadas.
“Nadie habla de la motosierra para eliminar el gasto social (como lo hizo el expresidente Luis Alberto Lacalle), pero está muy presente en el discurso político reevaluar ese gasto, corregir ineficiencias y, eventualmente, suspender cierta ayuda social”, explicó el sociólogo Felipe Arocena. Y “hay que entender que disminuir en este área significa acentuar la desigualdad en el futuro”.
Source Article from http://www.elpais.com.uy/informacion/pobre-culpa-nueva-grieta-uruguaya.html
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