Cuando los escaladores se pierden, pueden pasar décadas hasta que se encuentran sus restos en medio del hielo y la nieve de la montaña. Pero con el aumento global de las temperaturas las superficies heladas se están reduciendo, y esto trae nuevas esperanzas para las familias de los muertos que no han tenido la posibilidad de poner fin a su duelo.
“Siempre estoy buscando cosas, colores que no pertenecen a la naturaleza, y con mucha frecuencias las ves: crampones, mochilas…”, dice Gerold Biner piloto de rescate en los Alpes.
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“La cara oriental del Matterhorn está cubierta de cosas. Siempre digo que se podría abrir una tienda para montañistas con todo lo que hay allí”.
Sin embargo hace dos años, Biner notó algo diferente al pie del glaciar.
Era el cuerpo de montañista británico Jonathan Conville, desaparecido en 1979, que había quedado expuesto después de que el hielo se transformara en agua.
Durante los 34 años que siguieron al accidente, su cuerpo fue deslizándose gradualmente hacia abajo, en el interior del glaciar.
En septiembre del año pasado –el mes en que la capa de hielo es más pequeña tras el fin del verano– fueron hallados otros dos cuerpos: el de los japoneses Masayuki Kobaysahi y Michio Oikawa, ambos desaparecidos tras una tormenta de nieve en 1970.
Tesoros escondidos
En 2014 se recuperaron también muchas otras cosas de los Alpes: desde los restos de un bombardero estadounidense de la II Guerra Mundial hasta un botín de esmeraldas, rubíes y zafiros de un vuelo de Air India que se estrelló en el Mont Blanc en 1966.
Pero en las últimas dos décadas, los glaciares están retrocediendo mucho más rápido, explica Martin Grosjean, especialista en glaciares del Instituto Oeschger de la Universidad de Berne, en Suiza.
Incluso el hielo que se ha mantenido intacto por miles de años ha comenzado a derretirse, dando lugar a una nueva disciplina: la arqueología glaciar.
Además de a Oetzi, el hombre momificado de 3.000 años de antigüedad hallado en la frontera entre Italia y Austria en 1991, se han encontrado utensilios del hogar y ropa de más de 5.000 años en las montañas al sur de Berne que arrojaron luz sobre una civilización alpina de la Edad de Bronce que resultó ser mucho más sofisticada de lo que se pensaba.
Cientos de clavos de zapatos romanos también fueron hallados en el hielo.
¿Esfuerzos válidos?
A la luz de estos hallazgos, ¿no debería entonces hacerse un esfuerzo, sobre todo en septiembre, por buscar a los montañistas que se perdieron y cuyos cuerpos nunca fueron encontrados?
La ausencia de un cuerpo para llorar hace más difícil aceptar que un ser querido ya no va a regresar.
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El problema, es que “los glaciares avanzan y retroceden naturalmente”, dice Grosjean. “Arriba hace frío y cae nieve. Abajo, el hielo se derrite. Los glaciares se deslizan naturalmente hacia abajo, lo que significa que todo cae en una grieta… y más tarde aparece en la parte más baja del glaciar”.
El tiempo que demora algo atrapado en un glaciar de los Alpes en expulsar algo es entre 20 y 50 años, aunque puede tomar 100.
Cuando los arqueólogos glaciares recuperan cuerpos o artefactos de la montaña, esto ocurre generalmente en áreas en las que el hielo no se está moviendo porque el suelo no tiene mucha pendiente o porque el bloque de hielo no es lo suficientemente grande y pesado. Aunque siempre hay excepciones.
Según explica Martin Callanan, investigador de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, la situación no es tan sencilla.
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“El mundo helado aquí arriba es terriblemente complejo -tan complejo como la masa de tierra que está debajo con sus bordes, zanjas y fisuras. Simplemente no sabemos dónde y cuándo pueden llegar a aparecer restos helados antiguos”.
A medida que avanza el deshielo, los cuerpos de los montañistas perdidos, dice, pueden surgir de zonas de un glaciar en movimiento que por alguna razón permanecieron estáticas.
Biner no cree que sea una buena idea buscar sistemáticamente a los escaladores desaparecidos hace años. Katrina Taee, hermana de Jonathan Conville, tampoco.
“Al principio claro que estás desesperado por encontrarlos vivos”, dice.
“Pero sabes que cada vez que alguien sube al Matterhorn hay muchos riesgos. Personalmente, no querría que nadie se pusiera en una situación de riesgo por mi hermano.
“¿Para qué arriesgar una vida por alguien que murió hace mucho tiempo?”, se pregunta, a modo de conclusión.
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