En mayo de 2015 se informó que el viceprimer ministro de Corea del Norte, Choe Yong-gon, había sido fusilado tras expresar su oposición a la política de forestación del líder de la nación, Kim Jong-un.
La noticia del fusilamiento de Choe Yong-gon se produjo luego de la difusión de otra ejecución en el país, la de Hyon Yong-chol, ministro de Defensa norcoreano, quien fue presuntamente acusado de ser desleal a su líder y de traicionarlo al desobedecer órdenes y quedarse dormido en un evento militar.
Hyon Yong-chol habría sido ejecutado con fuego anti-aéreo enfrente de una audiencia masiva.
Estas noticias evocan interesantes paralelos con el lado más oscuro de la historia de la antigua Roma o, al menos, con las historias más coloridas contadas por los historiadores romanos.
Las similitudes son sorprendentes. En ambos casos, contamos con sólo un número limitado de informes que posiblemente fueron generados por fuentes interesadas en crear una determinada percepción de una sociedad distante e inaccesible.
Podría decirse que nuestras fuentes sobre la antigua Roma, unos 2.000 años atrás, son tantas como nuestras fuentes sobre la Corea del Norte moderna, e incluso más confiables.
Las principales informaciones que tenemos en latín sobre la primera época del Imperio Romano son las biografías escritas por Suetonio y los trabajos históricos de Tácito.
Los dos historiadores fueron amigos, ocuparon puestos públicos en el gobierno romano y compartían una mirada básicamente pesimista del sistema imperial.
Este pesimismo estaba basado en el tiempo que les tocó vivir, ambos sufrieron los años en el poder de Domiciano, cuyo comportamiento tiránico y errático influyó en la idea que los dos historiadores tenían de los emperadores en general.
Suetonio manifestó esta percepción en su trabajo sobre las vidas de los Césares, biografías basadas en muchos casos en rumores e historias denigrantes que muestran a los emperadores como seres humanos débiles.
Los anales y las historias de Tácito muestran, por su parte, cómo el sistema imperial colocaba demasiado poder en las manos de un individuo o una dinastía, con consecuencias catastróficas para el Estado que iban desde peleas familiares y malos líderes hasta la guerra civil.
Los informes difundidos sobre el destino de los ministros norcoreanos evocan estas crónicas pesimistas, y a veces melodramáticas, sobre el accionar de algunos de los emperadores más coloridos.
Consejeros en desgracia
Uno de los elementos clave para entender a los líderes de la Antigua Roma era su tendencia a depender de individuos muy particulares como consejeros.
Como ocurre con los autócratas modernos, uno de los problemas de los supremos gobernantes romanos, paranoicos y caprichosos, era saber hasta cuándo podían confiar en estos hombres y cómo deshacerse de ellos cuando la confianza se rompía o simplemente se cansaban de escucharlos.
Un final público y espectacular dejaba bien claro quién estaba realmente a cargo y alentaba la obediencia y el servilismo a través de una vívida intimidación (cualquier espectador podía ser el siguiente).
Un ejemplo es el emperador Tiberio, sucesor de Augusto, quien estaba en el poder cuando Jesús fue ejecutado.
Por algunos años, Tiberio dependió de los servicios del comandante de su guardia, Sejanus, y confió tanto en él que al retirarse a la isla de Capri para vivir placenteramente sus últimos años lo dejó a cargo de lo que ocurría en Roma.
Pero eventualmente, nos dicen, las sospechas de Tiberio crecieron y la buena fortuna de Sejanus fue astutamente aniquilada.
El consejero fue llamado al Senado para escuchar noticias provenientes de Tiberio que serían leídas en voz alta frente a toda la asamblea.
Se suponía que las noticias serían buenas para su futuro, una promoción y un matrimonio que lo introduciría en la familia imperial, pero en realidad se trataba de una denuncia y una condena a muerte.
Sejanus fue llevado a prisión, estrangulado y su cuerpo cortado en pedazos por una turba en las calles romanas.
Calígula y Nerón
El sucesor de Tiberio, Calígula, fue incluso más sádico: sus ejecuciones solían ser eventos públicos.
Se cuenta que mandó a quemar vivo a un autor de comedias en medio del anfiteatro, debido a una línea de doble sentido en uno de sus espectáculos.
Y cuando un aristócrata romano fue lanzado a la arena pública para ser comido por animales salvajes y gritó con toda su voz que era inocente, Calígula decidió rescatarlo de las bestias, hizo que cortaran su lengua y luego lo volvió a lanzar al mismo lugar para que se lo terminaran de comer.
Nerón, una generación más tarde, no fue mucho mejor.
Para él también fue todo un tema el deshacerse de sus ministros: los cuatro consejeros que más lo ayudaron en su camino al trono murieron bajos sus órdenes en sus primeros 8 años en el poder.
Uno de ellos, Burrus, recibió veneno que Nerón disfrazó de medicina para la garganta. Otro, Séneca, fue obligado a cortarse las venas en un baño.
Pero sus más famosas ejecuciones fueron las ordenadas en contra de los cristianos quienes, según nos cuenta Tácito, fueron los chivos expiatorios del gran incendio de Roma que destruyó la ciudad en el año 64.
Un grupo masivo de ellos fueron enviados a la arena cubiertos en pieles de bestias para ser despedazados por perros, otros crucificados en jardines públicos y prendidos fuego para servir como lámparas en la noche.
Información parcial
Todas estas historias provienen, como en el caso de las informaciones sobre Corea del Norte generadas en Corea del Sur, de fuentes hostiles.
Historiadores modernos son escépticos con relación a ellas y, en muchos casos, más que ser relatos históricos detallados y confiables son recuentos que muestran cómo los romanos se sentían acerca de los peligros potenciales de la autocracia hereditaria.
Como en el caso norcoreano, Roma también podría ser presentada -por fuentes interesadas- como una nación gobernada por un líder joven que fue criado sin parámetros normales, que siente sospechas agudas de aquellos que lo rodean y puede ejercer un poder absoluto sobre la vida y la muerte gracias a liderar un estado altamente militarizado.
En ambos casos existen claras motivaciones para la parcialidad: Suetonio y Tácito estaban, a su manera, en conflicto con el sistema imperial, como las dos Coreas están enfrentadas entre ellas.
Cuando esto ocurre, hay altas probabilidades de que surjan los tradicionales estereotipos del líder tiránico, más aún si uno de los lados mantiene rigurosas restricciones sobre la circulación de información, creando un vacío que es aprovechado por el otro para el beneficio de audiencias más “liberales”.
Al igual que con la historia de la antigua Roma, necesitamos estar alertas ante la potencial ausencia de fiabilidad de los informes parciales y de la tendencia natural a demonizar a los opositores políticos.
El adornar eventos con detalles melodramáticos es tan manipulador como el controlar y limitar la difusión de eventos.
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