El gran Gianni Lunadei ponía todo su histrionismo al servicio de este personaje tan malévolo como querible y reconocible, sumamente servil con su superior (“Benemérito señor director, le pertenezco”, se convirtió en uno de sus latiguillos) y siempre dispuesto a hacer alguna maldad contra sus compañeros con tal de “sumar puntos” frente al jefe.
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