Morrocoy es como los venezolanos llaman a las tortugas. Es el nombre, también, que le han dado al callejón en el cual el experimento agonizante de Nicolás Maduro ha encerrado a su pueblo demorando cualquier posible salida. Como la realidad tiene su propia dinámica, las costuras del régimen no han hecho más que tensarse. El final de un modo u otro se acerca sin claridad sobre cómo será esa tragedia anunciada.
El riesgo de un estallido se ha potenciado por la irrupción de situaciones de hambruna en los sectores más carenciados, un descalabro que aviva el desabastecimiento ya generalizado de productos esenciales.
Analistas políticos en Venezuela le indicaron a este cronista que lo que ha amainado por ahora esa deriva es la esperanza del revocatorio que produzca un cambio concreto de gobierno. Es decir, la aplicación del articulado constitucional para que un referéndum quite del poder al presidente Nicolás Maduro y habilite el inmediato llamado a nuevas elecciones nacionales en el término de 30 días. Ese es el “morrocoy” que no termina de marchar.
La crisis va menguando la capacidad de maniobra del régimen mientras la descomposición del escenario muestra signos de anarquía creciente. Eso se refleja en saqueos que se multiplican en el interior del país con la gente abandonada a su suerte o muriendo por la falta de medicamentos elementales, incluso los que controlan la presión.
“Las colas en los mercados son brutales, kilométricas. Hay un componente de violencia que sólo se atenuó cuando se comenzaron a validar las firmas”, del revocatorio dice a este columnista el colega Fernando Peñalver, observador del desastre y que ya envió a su mujer e hija a México previendo el desenlace que anticipa la crisis. No es un caso aislado.
Esa fuga es un proceso que esta involucrando cada vez a mayores cuotas de la clase media con capacidad para hacerlo y temeroso de lo que se viene. “La única salida rápida y constitucional es el revocatorio -agrega el periodista-. No hay otra y no va más rápido porque el gobierno quiere apagar la candela con gasolina de alto octanaje”.
El estallido que amenaza a la construcción bolivariana se expresa en varios niveles. Uno de ellos es el agotamiento del pueblo que ya le dio un portazo al régimen en diciembre cuando le entregó el legislativo a la oposición por primera vez en tres lustros de chavismo.
La otra válvula inestable es la estructura militar, que exhibe un comportamiento vertical, bien recompensado, de los mandos superiores pero muy crítico en los intermedios debido al contacto familiar y directo que esa tropa tiene con la población carenciada y frustrada. El punto mayor de ese desorden es el enfrentamiento entre Maduro y su socio en el poder, el ex jefe del Congreso y ex capitán, Diosdado Cabello, el acaudalado cancerbero del status quo.
El combustible de la disputa es una economía opaca que ha permitido el enriquecimiento de un amplio sector ligado al poder. Esa gente maneja el mercado negro del bachaqueo que acapara y especula con el desabastecimiento; el pedaleo con las divisas en un sistema con puntas premeditadamente extremas y el contrabando de combustibles subsidiado, entre otros trasiegos ilegales.
El choque en la cumbre se agudizó últimamente por la redoblada presión internacional para que el endeble sucesor de Hugo Chávez genere algún tipo de salida antes de que las cosas se salgan definitivamente de control. Una alternativa sería un revocatorio sin elección inmediata para que una figura aceptada por todos arme las elecciones y el traspaso hacia 2018 o idealmente antes.
Esto evitaría una elección con campaña de apenas cuatro semanas que pondría en riesgo los acuerdos opositores. De ahí que algunos políticos antichavistas admitían esa opción que incluiría la amnistía para el heredero de Hugo Chávez. Algo así se ejecutó en Perú en el 2000 tras la huida de Alberto Fujimori cuando el legislador Valentín Paniagua ordenó la casa y llamó a las urnas seis meses después.
El desafío es hallar a quien cubra ese rol. Técnicamente le tocaría al vicepresidente Aristóbulo Istúriz. Es un oficialista que era respetado por opositores de peso como el líder del Parlamento Henry Ramos Allup, pero su deriva ultrachavista acabó por erosionarlo. El fuerte carácter cívico-militar del régimen, llevó a que se mente, también, al jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López. Pero esa idea carecería de aval en la región o en EE.UU.
Lo importante es que estos movimientos están detrás de los retrocesos de Maduro, que aceptó negociar con Washington; no descartó la alternativa del revocatorio y hasta recibió al influyente ex secretario para América Latina de la cancillería norteamericana Thomas Shannon.
Cuba, de especial influencia sobre Venezuela y el propio Maduro, no ha estado ausente de esa estrategia. El interés de Raúl Castro es bien pragmático. En caso de estallido, La Habana no podría retirarle la mano a su aliado y acabaría atrapada en un discurso oportunista sobre un golpismo inexistente. Se realimentaría así la hostilidad entre la isla comunista y los EE.UU. en momentos que la situación económica cubana se complicó y requiere un urgente flujo de inversiones que eviten su propia debacle.
Uno de los ácidos en esta arquitectura es que la situación se ha tornado mucho más volátil y con una velocidad de deterioro en crecimiento, también en la cumbre del régimen.
No son pocos quienes adivinan la mano de Cabello, de muy distante trato con el poder cubano, detrás de propuestas extremistas para que se llame a nuevas elecciones legislativas y arrebatar el Congreso a la alianza opositora MUD. O que la Corte, colonizada por el oficialismo, anule directamente el derecho legal a existir a esa coalición.
Esos enfrentamientos terminales, con el trasfondo del desastre humanitario y el litigio sobre el revocatorio, encienden alarmas aún más allá de la región. Una delegación diplomática italiana llegó con gran reserva a Venezuela para analizar la crisis.
El problema es que “ninguna de las partes quiere perder y eso es imposible en las condiciones actuales del país”, nos dice la periodista Yirmana Almarza. Y pone la mirada donde realmente hay que hacerlo cuando advierte que “la verdad es que no hay nadie canalizando la rabia social allá afuera”. Cualquier cosa puede suceder.
Es tan correcta la observación que es debido a eso que la chance de una salida negociada se debilita invariablemente. Hace pocas horas EE.UU. decido endurecerse y reclamó a Maduro que llame de una vez al revocatorio y habilite elecciones inmediatas. Es probable que esa línea más rígida, que no es solo de Washington, se extienda ahora en la región y en la OEA. La gran duda es si no se consumió el espacio también para esa alternativa.
Copyright Clarín, 2016.
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