Una de las noticias más importantes de ayer compitió mano a mano con otras de trascendencia política, como la primera comparecencia de Cristina Fernández de Kirchner ante la Justicia por corrupción o del cierre del blanqueo. La noticia fue una decisión de un propio productor de noticias, de opinión y de análisis.
Luego de 146 años, el diario La Nación cambió de formato. Del tamaño sábana, pasó a otro compacto más cercano al tabloide. No es un cambio menor. El diario fundado por Bartolomé Mitre siguió el camino que ya tomaron, con distinto éxito en esa estrategia, otros periódicos “sábanas” del mundo, que echaron mano a los compactos como un camino para ahorrar papel, retener lectores e intentar seducir a nuevas audiencias.
La industria periodística está en una encrucijada y explora esos caminos en esta época de intensas e inmensas transformaciones en el modo de informarse, en las conductas de los lectores y usuarios.
Una de las expresiones más acabadas que patentiza este tiempo de innovaciones ha sido el Premio Nobel de Literatura, otorgado a Bob Dylan, quien luego de varios días de silencio parece dispuesto a aceptar esa distinción que ha dejado estupefactos a muchos. Algunos autores han ironizado argumentando que así como Dylan fue premiado, algún escritor tiene derecho a obtener un Grammy, que se destina a los cantantes. Mario Vargas Llosa, también Nobel, ha criticado el premio al cantante. Salman Rushdie, sobre quien todavía pesa una fatwa (condena de muerte) por sus críticas al Islam, está en cambio de acuerdo con el premio al genial creador de “Blowin’ in the Wind” (Soplando en el viento), un ícono imborrable para más de una generación.
El significado del Nobel a Dylan es imposible de desprenderlo de esta época y es un símbolo de cómo los géneros y los formatos se entrecruzan de una manera nunca vista.
Los cambios en la forma de contar historias y noticias alcanzan a los contenidos y a las plataformas. Atraviesan también al periodismo y a las fórmulas que diarios centenarios y no tanto se han planteado históricamente para informar, ya sea con el soporte clásico de papel como en las versiones digitales.
Clarín ha presentado a mediados de octubre un nuevo rediseño del diario y de sus contenidos que trata de interpretar los cambios que ha experimentado la sociedad argentina. A caballo de dos eras, el periodismo hace un ejercicio vigoroso para responder a las demandas clásicas, que se mantienen con sus exigencias, y a las nuevas, que surgen de quienes han nacido digitales y se mueven con naturalidad en sus teléfonos inteligentes, tabletas y computadoras personales.
Pocos días atrás, un periódico en inglés más que centenario -The Buenos Aires Herald- informaba de la decisión empresaria de discontinuar su aparición diaria (desde 1876) para transformarlo en semanario: aludía así a esta realidad de la industria en la Argentina y en el mundo, donde se están produciendo procesos de reconversión que alcanzan también a las grandes cabeceras como The New York Times o The Wall Street Journal, entre otros.
Paradójicamente, el periodismo está más vivo que nunca y la avidez de las audiencias por informarse crece geométricamente.
Es una gran noticia.
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